Buenas prácticas en la construcción de una cultura de innovación educativa

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Antes de definir lo que es innovación educativa y discurrir en conceptualizaciones sobre esto y las buenas prácticas educativas, es necesario abordar el siguiente cuestionamiento: ¿Es realmente posible hacer cambios significativos en el ámbito educativo? Pregunta pertinente ante lo que se avizora como un elemento determinante en una época por demás trascendental para la humanidad y para la educación.

Desde esta interrogante, cabe destacar el rol de quienes hacen educación y de los que participan en el proceso de formación (los que forman y los que se forman). Resulta tan importante la detección de los actores porque, en primer lugar, cuando se aspira a la mejora progresiva de la enseñanza, se asume la responsabilidad de detectar, estudiar y afrontar con fundamento los problemas pedagógicos que se puedan manifestar en el contexto inmediato; en segundo lugar, las generaciones que reciben formación en este momento aducen una motivación mucho más exigente, más rica en recursos y enmarcada en ambientes afectivos, no solo en el aula, sino en la calidad de las actividades planificadas y la metodología a desarrollar.

Martínez Vicente y otros (2021), argumentan que hay dos claves para aportar a los urgidos cambios educativos: la del buen desempeño profesional y las prácticas de colaboración e intercambio, esto es adoptar una formación comprometida con la práctica. Se trata entonces de mirar la innovación educativa y las buenas prácticas desde la perspectiva del docente para el manifiesto formativo de los estudiantes, que genere un clima de aprendizaje basado en propuestas didácticas innovadoras, con gran incidencia en el nivel de motivación de los estudiantes, con la puesta en práctica de situaciones e iniciativas interesantes, a la vez que estimular el desarrollo profesional de los profesores.

Pero interesa ir más allá aún, ¿qué se requiere para generar estos cambios significativos en el ámbito educativo? Es para esto que cabe el análisis desde nuestras perspectivas e iniciativas: el cómo, para qué y para quiénes ha de implementarse la innovación educativa. La innovación y las buenas prácticas educativas se gestan en las acciones de los actores, que no son otros que la sociedad misma, reflejada en cada uno de nosotros.

En este sentido, para que una buena práctica sea considerada como tal, es necesario que se superen dificultades y tenga capacidad de implantación en los contextos, posibilitando así su aplicación a nuevas situaciones. Por tanto, una buena práctica conlleva una transformación en las formas y procesos de actuación y que pueden suponer el germen de un cambio positivo en los métodos de actuación tradicionales.

Una buena práctica educativa conlleva una transformación en las formas y procesos del hecho formativo; no obstante, se debe abordar desde esta acción el elemento clave justo en una época compleja, lo que convierte también a las instituciones educativas en entes complejos. Este elemento clave es la innovación.

Entonces, ¿qué es Innovación Educativa?

La Innovación Educativa no es un elemento puntual establecido retóricamente, más bien es un proceso que pasa por la observación de la vida en las aulas, la organización de los centros educativos, la dinámica de la comunidad educativa y la cultura profesional del profesorado (Carbonell, 2015). Desde esta definición cabe comprender que innovar ha de ser un proceso que se produce desde el interior de las instituciones, y este movimiento se inicia con la articulación entre la investigación y las iniciativas docentes, donde las realidades de las instituciones, que siempre son distintas, muestran el faro conductor de los cambios y transformaciones, necesarios para implementar prácticas innovadoras que se traduzcan en aportes significativos para los procesos educativos.

En este sentido, cabe volver a la pregunta ¿Es realmente posible hacer cambios significativos en el ámbito educativo? Yo abogo por la investigación desde cada centro, con sus realidades, sus problemáticas; la innovación no es teoría, es práctica perenne, es cambio, es transformación, es trascendencia, y para ello, los aportes de las investigaciones y las evidencias exitosas en el ámbito educativo son y serán la mayor contribución en el desarrollo de buenas prácticas educativas.

No obstante, un elemento muy importante en la prosecución de dicho desarrollo es empatizar con la idiosincrasia y características únicas de una generación que crece y se desarrolla en un contexto particular y del cual poco sabemos. Además, en un entorno cambiante, los métodos de enseñanza rígidos y tradicionales ya no funcionan, las nuevas formas de trabajar, el avance imparable de la tecnología, los nuevos perfiles y características de las nuevas generaciones dibujan un escenario sin precedentes, al que ya no es solo necesario entender sino, evolucionar con él, en palabras de Harari (2018) reinventarse con más rapidez cada vez, porque nadie sabe con certeza cómo será el futuro a corto plazo.

Comprender la nueva era, a las nuevas generaciones y junto a ello diseñar las habilidades necesarias para un siglo signado por la incertidumbre y la velocidad, es determinante para la adaptación, evolución y trascendencia. De esto ha de ser partícipe la escuela formadora, y hoy desde nuestros aportes, producto de este encuentro y de los que se puedan consensuar en lo adelante, serán el fundamento para construir una cultura para la producción de conocimiento, accesible a todos, en la que se pueda incorporar los aportes respecto a las nuevas tendencias educativas, que represente avances significativos para la aplicación práctica en el ámbito de la educación, partiendo siempre de lo local a lo global.

Lisbeth Deyanira Pérez Martínez, Ph.D.
Directora Escuela de Postgrado en Educación.

1 Response
  1. jenny romero

    Muy acertado su comentario y precisiones sobre lo que se necesita para innovar e innovarse pues, este es un término de doble entrada en los educadores. Debemos seguir poniendo nuestro granito de arena

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